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Análisis de la película Las dos Caras de la Verdad

una película de 1996 que puedes ver en el siguiente link a partir del minuto 4:02 . Espera es minutos y allí comienza https://fb.watch/bIKhilF8j-/ En ella observarán a unos jovencísimos Edward Norton y Richard Gere centran la trama hacia el conflicto ético en la abogacía y el desarrollo moral en la vida. Duelo de titanes en el que cada psique despliega sus herramientas. El abogado Martin Vail (Richard Gere), utiliza la sensación de control, manifestada a través de la soberbia, para intimar en las relaciones humanas y triunfar en el despiadado mundo del ejercicio del derecho en la cultura estadounidense. “No me importa si eres culpable o inocente, lo que yo quiero es ganar”. Su concepto de justicia relativiza la idea de la verdad, valiéndose de ella a su antojo y priorizando la consecución del éxito en sus defensas. Para él inocular ideas en la mente de los miembros de los jurados y los jueces y jugar con su criterio hasta modularlo a su antojo, parece un reto perfectamente asumible que acostumbra a desarrollar siempre desde la posición de ganador. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el terreno sobre el que está acostumbrado a moverse incluye nuevas reglas que él no conoce? La principal herramienta de la que se vale el joven Aaron Strampler (Edward Norton) en este combate en el que logra desarmar a Gere, es dirigirlo hacia el oscuro y tenebroso espacio de la psicopatología humana. En una forma concreta, aquello comúnmente llamado disociación. La disociación supone un estado de ruptura con la realidad, una confrontación entre las experiencias, las emociones y la conciencia de la persona, e implica un cortocircuito mental en el que se abandona completamente la realidad creyendo estar viviendo otra. Así se describe el comportamiento de Aaron. Encajando a la perfección con un cuadro sintomático que nos hace entender cómo los abusos a los que el joven fue sometido por su referente de apoyo, el arzobispo Rushman, desencadenan en su mente el desarrollo de graves problemas psicológicos, que lo llevan hasta esa ruptura con la realidad desde la que ejecuta el asesinato del hombre. Y así transcurre la película, bailando al son de unas bellas piezas musicales delicadamente escogidas entre la ética, la verdad, la moral, el juego limpio y el sucio en la abogacía y en la vida, la hipocresía, el deseo, los intereses, el odio…un panorama intenso que refleja bien varias de las facetas más duras del ser humano en el mundo y varias de las grandes dificultades que entraña el derecho y la psicología. El final es uno de esos cierres que no se olvida, de esos que nos mueven algo por dentro. Me atrevería a decir, que es un final de los que nos hacer pensar. En él, Aaron Strampler, deja ver su verdadera estrategia y en un alarde de arrogancia se confiesa como un perfecto manipulador que ha fingido la disociación en todo momento. Martin, el gran cazador cazado, recibe entonces toda una lección de moral, de humildad, de relativización de su criterio, de sorpresa que seguro rompe con los esquemas más sólidos de su ejercicio laboral, de su vida.

Nada como una experiencia vivida desde la implicación emocional para dar opción al cambio en el fondo más profundo de las personas.


“Nadie podrá lucir, por tiempo considerable, un rostro para sí mismo y otro para las multitudes sin que finalmente termine desconcertado en cuanto cuál es el verdadero”.

Nathaniel Hawthorne. La letra Escarlata





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